martes, 25 de noviembre de 2008

La muchacha de la Casa Luna XI. Óleo de Dolores Parga


Dolores Parga. "Praia da Mourela, Meiras"
Óleo



El mar de mi tierra, mar bravo, mar inquieto. En el pincel de Mariló la playa, el mar, con toda su belleza y fuerza.


La muchacha de la Casa Luna

XI

(Capítulo II)

Casi no había dormido. Había llegado tarde a la entrevista con el Presidente del gremio de Protésicos, que lo estaba esperando con el asesor jurídico de la entidad y con un humor de ¡mil pares de demonios! Después de la nochecita movida que había tenido, lo que menos deseaba Ricardo era discutir. Y el Presidente lo que menos deseaba era no presentar batalla y bajar la guardia. Por lo que el ¡Buenos días!, en realidad fue ¡Pero que coño se cree, no le llega con verter toda esa basura de su investigación encima de mi Asociación, sino que también se permite el lujo de llegar tarde! ¡Se lo advierto Debray, es la última que le aguanto!
Había quedado a las nueve. Y esa había sido la primera cita, tres cuartos de hora tarde. Rosetta se mantenía en un seguro segundo plano. Y de nada habían servido sus explicaciones para respaldar el retraso de Ricardo. Ella estaba a la hora acordada, totalmente fresca y despejada.
Ricardo todavía no se había despejado cuando entraron en la comisaría y el inspector Barroso, al verlos entrar, volvió a repetir:

- “¡Caso resuelto!” Ya se lo dije por la noche, el caso era de libro. Les voy a tomar declaración, pero será un simple trámite, porque el caso no tiene duda. Hemos investigado en fiestas cercanas y ¡Bingo! En la zona de copas, relativamente cerca del lugar donde la encontraron, se celebraba una fiesta de paso del ecuador de Medicina. Varios jóvenes la han identificado como su compañera. Había bebido demasiado y tomado un par de pastilla. Seguro que “Éxtasis” y algo más. Poco antes de las once dijo que no aguantaba más y que se iba a su casa. Les pareció bien y no le dieron más importancia. No era la primera vez, así que se fue sin que le prestaran mayor atención. Se marcharía andando para despejarse, pero debió de encontrarse mal en cierto momento. Las pastillas necesitan un tiempo para hacer efecto. Se paró a descansar, se apoyó en la farola y ahí se acabó todo. Estoy seguro de que el forense me dará la razón. En un principio creí que era más joven, pero en realidad tenía veintiún años y como ya he dicho, estudiaba medicina, tercer curso. Era una buena estudiante. Es curioso, muy curioso. En fin, eso es todo ¡Caso resuelto!

Ricardo seguía creyendo que “el convencimiento absoluto” del que disfrutaba el inspector, fallaba en algo. Era algo “insustancial” y también “absoluto”. En realidad fallaba en lo más básico y era que estaba equivocado, simplemente equivocado. Escandalosamente equivocado. Como yo con la edad de la chica. Cómo podía todo un inspector de policía, ante un extraño caso de muerte con atenuantes tan claras de causas de muerte “tan” extrañas, cómo podía decir que no había pasado nada y que estaba todo totalmente claro, y el caso prácticamente resuelto. Con lo poco que Ricardo había podido ver, debería estar ya en marcha una investigación oficial con un gran equipo de policía ejecutándola. Pero no, ahí estaba ese inútil, o vago, o simplemente desbordado policía haciendo precipitados juicios absolutistas, gratuitamente. También es cierto que desde que habían llegado a la comisaría, el trasiego de personajes de todo tipo, abarrotaban las instalaciones de una forma alarmante. ¿Era siempre así? ¿Estaba ocurriendo algo extraordinario? Aquello no parecía normal. Y la verdad es que a Ricardo le “chocó” algo en la actitud del inspector y no sabía que era exactamente. Aquel hombre estaba excesivamente tranquilo en contraste con la excitación que reinaba a su alrededor. O demasiado tenso y no lo aparentaba. En la comisaría se notaba una tensión contenida en todos los policías, que se reflejaba en la actitud hacia los denunciantes y denunciados que abarrotaban las instalaciones. Cada vez que se veían obligados ha hacer callar, a pedir calma y paciencia a todo aquel “maremágnum” de personajes, lo hacían con una rabia contenida demasiado visible. Era un caótico alboroto, que nadie podría haber tomado como “una mañana normal” en aquel lugar. Hubo un momento, antes de prestar su declaración, en que Rosetta miró a los ojos de Ricardo como pidiéndole una explicación de por qué estaban allí. Él se encogió de hombros y con un gesto le rogó paciencia. Deseaba con todas sus fuerzas escaparse de aquel lugar y continuar con la investigación de la pasada noche. Estaba seguro de que en aquel bar se escondía un misterio digno de ser investigado a fondo. Y algo le decía que era muy importante. Quizá demasiado importante para él. Para ellos dos. Por lo de pronto algo en su quehacer diario había cambiado. Y ese algo era el creciente desinterés inconsciente por el caso de los protésicos. Así que, realmente, algo muy importante estaba ocurriendo.

(F. Vila. “La muchacha de la Casa Luna”, novela. A Coruña, noviembre 2005)

lunes, 17 de noviembre de 2008

La muchacha de la Casa Luna X. Óleo de Dolores Parga



Dolores Parga. "Paisaje rural", óleo.



Sigo diciendo que los árboles de Mariló Parga encierran un misterio difícil de descubrir, pero apasionante. Dicen mucho más de lo que simplemente se ve.



La muchacha de la Casa Luna

X

La flor del colgante estaba compuesta por un centro redondo rodeado de cinco pétalos, realizados en piedra luna y engarzados en un armazón de plata. El mismo metal del que estaba hecha la cadena. En el reverso del colgante podía leerse:”9Set5Arül9”. A Ricardo le gustaban los criptogramas y los crucigramas, y todos los acertijos en general. Por algo se había hecho periodista de investigación. Pero aquello en un principio, lo desconcertó. ¿Un nombre? ¿Dos? ¿Una fecha, una clave? Qué significaba aquello. Desde aquel momento ya no dudó de que, tanto el zapato deportivo como el colgante pertenecían a la fallecida. ¿Su nombre era Set o Arül? ¿Sería árabe? Uno de los nombres indudablemente era egipcio. Set, el señor de la noche. El que mató a su hermano Osiris, esposo de Isis y lo cortó en catorce trozos. Pero también era el dios del Valor, el que alanceaba a los enemigos de Ra desde la barca del Sol. Arül no le sonaba, pero estaba seguro de que alguna relación tenía con el mundo árabe, egipcio o sirio. De alguna zona del Norte de África.

De repente se dio cuenta de lo tarde que era y que en unas horas tendría que reunirse con un montón de personas e ir a un ciento de sitios, además de acercarse con Rosetta a la comisaría. Por lo que decidió dejar todo en suspenso e irse a casa. Por la noche intentaría proseguir con la investigación. A fin de cuentas la policía tampoco se había dado mucha prisa. Se guardó el colgante en el bolsillo y se encaminó a su apartamento. Aún le quedaba bastante por andar. Justo en el momento en que comenzaba a marcharse, algo se desprendió del sucio ventanal en el interior de la taberna y fue a parar sobre el zapato deportivo. Un viejo cartel de aviso que no pudo soportar el paso del tiempo: “Peligro. Edificio en estado ruinoso. Riesgo de derrumbe. Por orden municipal, no acercarse”. Ricardo no lo había visto.

(F. Vila, “La muchacha de la Casa Luna”, novela. A Coruña, noviembre 2005)

miércoles, 12 de noviembre de 2008

La muchacha de la Casa Luna IX .Óleo de Dolores Parga


Dolores Parga. Playa de Santa Comba



Como había prometido, cambio de imagen para la misma narración. Una playa de mi fantástica tierra. Un cuadro de una pintora fantástica.


La muchacha de la Casa Luna

IX

El sonido de una lata de cerveza vacía al caer, tras tropezar con ella un huidizo gato vagabundo, negro, convertido en un fantasma por la tenue luz de las farolas, y que salió disparado del callejón lateral del bar “Luna”, sacó a Ricardo de su ensimismamiento. Mientras volvía a la realidad y el gato desaparecía atravesando la calle e introduciéndose por otro callejón más alejado, nuestro hombre caía en la cuenta de un curioso detalle. Mientras la policía investigaba el lugar donde ahora se encontraba Ricardo, unos pocos soñolientos vecinos de las casas colindantes, en pijama y bata, se habían acercado a curiosear. Que por cierto no eran muchos ya que un gran número de las casa de aquel barrio habían quedado vacías. Vacías gracias a los proyectos inmobiliarios que las autoridades municipales habían desarrollado para modernizar la zona, bastante abandonada y deteriorada, denunciaban los periódicos casi a diario. Era algo así como el huevo y la gallina. No se sabía si el proyecto era para solucionar el deterioro lógico del barrio, debido a su antigüedad, o si en realidad se había abandonado, lógicamente, durante mucho tiempo, para poder sacar una buena tajada inmobiliaria ¡Quién podría saberlo!

Las luces y las sirenas de la policía y la ambulancia habían despertado y atraído a aquellos intrigados vecinos que miraban, alternativamente, a la policía, al cuerpo inmóvil apoyado en la farola, cubierto con una manta plateada, esperando la llegada del juez, y a la pantalla de aquella farola, que presidía silenciosa la escena. En aquel momento no le había dado demasiada importancia, estaba más atento a las labores de los agentes del orden, a lo que hacían o dejaban de hacer. Y sobre todo estaba más atento a lo que podía estar pensando su compañera, que al fin y a la postre era el motor que tiraba de la desgana que, últimamente, embargaba a Debray. Así que ahora intentaba ver, con aquella pequeña pero potente linterna, qué había en aquella farola que tanta atención ejercía sobre los curiosos.

La parte superior de la farola, la que albergaba a una lámpara, ahora “ausente”, estaba compuesta por cuatro pantallas de cristal. De las que tres hacía ya mucho tiempo que habían desaparecido. Y en la que, a duras penas, permanecía en su lugar se podía observar que algo plateado, como una cinta del pelo, atravesaba el cristal por dos agujeros del tamaño de una moneda de dos euros. Entraba por uno y salía por el otro, colgando unos quince centímetros por cada uno de ellos. Era realmente curioso. ¿Qué hacía allí aquella cinta? ¿Quién se habría molestado en introducirla por los dos agujeros tan limpiamente? Y sobre todo ¿quién había hecho aquellos dos agujeros tan perfectos en aquel lugar tan absurdo? Necesitaba una escalera. Tenía que volver por la mañana. Mejor dicho, volver por la mañana después de cumplir con todos los compromisos ineludibles, que tenía en su agenda. Ahora tendría que conformarse con lo que acababa de descubrir, el colgante.

(F. Vila. “La muchacha de la Casa Luna”, novela. A Coruña, noviembre 2005)

jueves, 6 de noviembre de 2008

La muchacha de la Casa Luna VIII





Susi Babío. "Torero"
A Coruña, 2008





Otro jueves más. La próxima semana acompañaré la narración con una galería de obras de diferentes artistas. Un saludo a todos los que me visitan.




La muchacha de la Casa Luna

VIII

Atraído por la curiosidad miró a través del cristal de la puerta con ayuda de su “varita mágica” y de repente se dio cuenta que justo delante de la barra del bar y cerca de la puerta, en el suelo, había un zapato deportivo, de mujer. Un Nike llamativamente nuevo, limpio y moderno para estar allí desde que el bar hubiese servido la última copa y como era evidente, cerrado sus puertas. Aquello no encajaba con la decoración y además sospechaba a quién pertenecía aquel deportivo. Sin embargo, sin saber por qué, siguió inspeccionando la acera. Algo le decía que aquel lugar no podía estar tan “limpio” de pruebas. Tenía que haber algo que le aportase pistas sobre la identidad de la victima y los motivos que llevaron a la muchacha de la “Casa Luna” a morir allí. De repente un reflejo desde el fondo de una alcantarilla, junto a la entrada del local, le llamó la atención. Se agachó al mismo tiempo que apoyaba la rodilla derecha en el suelo para poder levantar la reja del sumidero y… ¡Maldita sea! ¡Me cago en la…! Las dos frases quedaron, inmediatamente, ahogadas en un silencio prudencial. Lo único que necesitaba ahora era que apareciese alguien a mirar lo que pasaba. Pero el enfado de Ricardo se justificaba por la mancha de orines que decoraba la rodilla derecha de su elegante Emídio Tucci gris claro, de verano, del Corte Inglés. No se había podido resistir a la publicidad. Los grandes murales lo anunciaban por todas partes. Y la verdad era que a Andy García le quedaban como un guante. Como a George Clooney le había pasado la temporada anterior. Así que Ricardo se decidió. Se compró uno gris claro, de verano. Y hasta aquella noche se sentía cómodo y elegante. Pero sólo hasta aquella noche. ¡Joder! Y aún me falta por pagar el último plazo. Pero el espíritu investigador era más fuerte que todos los plazos, pantalones y trajes que tuviese que destrozar para llegar al fondo del caso. Sin pensárselo dos veces y además: << ¡… ya de manchados, perdidos para siempre!>> Metió la mano en la alcantarilla y tras separar varias hojas de los árboles de la calle, sospechosamente húmedas y blandas; dos paquetes de Ducados de caja blanda, sucios y descoloridos; y varias chapas de Mahon, dobladas, oxidadas y cubiertas de moho, pudo rescatar lo que relucía con tanta insistencia. Un colgante en forma de flor de cinco pétalos sujeto a una cadena plateada. Una vez rescatado, lo intentó limpiar con lo único que tenia, una servilleta de papel que había utilizado para apuntar el número del móvil de un supuesto confidente del caso que estaba llevando con Rosetta. ¡Rosetta! Ya estaría durmiendo. Seguro que soñando con la investigación de las famosas “ruedas”. Podrían haber estado tomando algo y quizás disfrutar de “algo más” si no hubiese ocurrido todo lo de aquella noche, pensó Ricardo.

(F. Vila. “La muchacha de la Casa Luna”, novela. A Coruña, noviembre 2005)



martes, 4 de noviembre de 2008

Dolores Parga




Dolores Parga. "Paisaxe de Doniños", óleo.

















Dolores Parga. "Paisaje desde Neda", óleo.








Qué puedo decir de Mariló Parga, yo que no soy pintor sino poeta. Cuando recibí los cuadros que me ha enviado para disponer de ellos en mi blog, me pasé un tiempo observándolos, contemplándolos uno a uno. Disfrutando cada trazo en su pintura esencial e ingenua. Disfruté de su trazo difuso, tenue, de pinceladas arriesgadas de sueños y ensueños. Y de repente lo vi, "Paisaje desde Neda" y me acerqué a aquellos árboles de ramas desnudas. En ellos vi la fuerza del otoño en sus ramas primigenias y revueltas. Vi esos árboles desde "muy cerca" y descubrí que, abrazados a las nubes, construían verso a verso una idea, una ilusión, un sueño. Y supe que Mariló es una pintora que no pinta, sueña y sus pinceles se deslizan sobre el lienzo con todo el amor y la maestría del artista que pinta porque disfruta, porque quiere y porque puede. Y la seguí descubriendo en el "Paisaxe de Doniños". Y en muchos más que iré exponiendo en próximos días. (F. Vila. A Coruña, noviembre 2008)