Continúo con la novela, espero que guste.
La muchacha de la Casa Luna
III
Enfrascados en sus profundas deliberaciones detectivescas, sin darse apenas cuenta, se dirigían sin rumbo fijo por una calle desconocida del barrio viejo de la ciudad. A aquellas horas, si de día había poca circulación, ahora daba la impresión de que en cualquier momento se iba a oír una voz advirtiendo: ¡¡Agua va!! Y volver al siglo dieciocho.
De repente Ricardo sintió que Rosetta le apretaba el brazo derecho para advertirle de algo. Con un gesto de cabeza le indicó que mirase hacia el otro lado de la calle. Y allí frente a ellos, sentada en el bordillo de la acera, apoyada contra una farola apagada, no por falta de corriente, sino por falta de cristal y bombilla, pudo observar en la penumbra, a una muchacha aparentemente joven y aparentemente dormida. Con cierta curiosidad, que para eso eran periodistas, y con ánimo de ayudarla si lo necesitaba, fueron hacia ella. Así como se acercaban y a pesar de la poca luz, algo les llamó la atención. La postura en la que se encontraba aquella joven, lejos de parecer incómoda para el lugar en el que se hallaba, por su gesto tranquilo y sereno aparentaba estar sumida en un dulce y placentero sueño. Era rubia, de pelo corto, no muy delgada, tenía las piernas dobladas y se abrazaba a ellas. En una postura fetal, que diría un médico forense. Estaba apoyada sobre el lado izquierdo, con la cabeza recostada en una de las ondulaciones de la farola. Vestía un suéter corto, que al estar en aquella postura, dejaba al descubierto gran parte de su cintura y su espalda, al igual que sus piernas tapadas sólo por una escueta minifalda. Estaba descalza, y no se veían zapatos por ninguna parte. Tampoco se veía ningún bolso. Al llegar junto a ella Ricardo se agachó para tocarle el brazo y despertarla, para ver si necesitaba ayuda…
No hay comentarios:
Publicar un comentario