Susi Babío. "Torero"
A Coruña, 2008
Otro jueves más. La próxima semana acompañaré la narración con una galería de obras de diferentes artistas. Un saludo a todos los que me visitan.
La muchacha de la Casa Luna
VIII
Atraído por la curiosidad miró a través del cristal de la puerta con ayuda de su “varita mágica” y de repente se dio cuenta que justo delante de la barra del bar y cerca de la puerta, en el suelo, había un zapato deportivo, de mujer. Un Nike llamativamente nuevo, limpio y moderno para estar allí desde que el bar hubiese servido la última copa y como era evidente, cerrado sus puertas. Aquello no encajaba con la decoración y además sospechaba a quién pertenecía aquel deportivo. Sin embargo, sin saber por qué, siguió inspeccionando la acera. Algo le decía que aquel lugar no podía estar tan “limpio” de pruebas. Tenía que haber algo que le aportase pistas sobre la identidad de la victima y los motivos que llevaron a la muchacha de la “Casa Luna” a morir allí. De repente un reflejo desde el fondo de una alcantarilla, junto a la entrada del local, le llamó la atención. Se agachó al mismo tiempo que apoyaba la rodilla derecha en el suelo para poder levantar la reja del sumidero y… ¡Maldita sea! ¡Me cago en la…! Las dos frases quedaron, inmediatamente, ahogadas en un silencio prudencial. Lo único que necesitaba ahora era que apareciese alguien a mirar lo que pasaba. Pero el enfado de Ricardo se justificaba por la mancha de orines que decoraba la rodilla derecha de su elegante Emídio Tucci gris claro, de verano, del Corte Inglés. No se había podido resistir a la publicidad. Los grandes murales lo anunciaban por todas partes. Y la verdad era que a Andy García le quedaban como un guante. Como a George Clooney le había pasado la temporada anterior. Así que Ricardo se decidió. Se compró uno gris claro, de verano. Y hasta aquella noche se sentía cómodo y elegante. Pero sólo hasta aquella noche. ¡Joder! Y aún me falta por pagar el último plazo. Pero el espíritu investigador era más fuerte que todos los plazos, pantalones y trajes que tuviese que destrozar para llegar al fondo del caso. Sin pensárselo dos veces y además: << ¡… ya de manchados, perdidos para siempre!>> Metió la mano en la alcantarilla y tras separar varias hojas de los árboles de la calle, sospechosamente húmedas y blandas; dos paquetes de Ducados de caja blanda, sucios y descoloridos; y varias chapas de Mahon, dobladas, oxidadas y cubiertas de moho, pudo rescatar lo que relucía con tanta insistencia. Un colgante en forma de flor de cinco pétalos sujeto a una cadena plateada. Una vez rescatado, lo intentó limpiar con lo único que tenia, una servilleta de papel que había utilizado para apuntar el número del móvil de un supuesto confidente del caso que estaba llevando con Rosetta. ¡Rosetta! Ya estaría durmiendo. Seguro que soñando con la investigación de las famosas “ruedas”. Podrían haber estado tomando algo y quizás disfrutar de “algo más” si no hubiese ocurrido todo lo de aquella noche, pensó Ricardo.
(F. Vila. “La muchacha de la Casa Luna”, novela. A Coruña, noviembre 2005)
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