Dolores Parga. "Praia da Mourela, Meiras"
Óleo
El mar de mi tierra, mar bravo, mar inquieto. En el pincel de Mariló la playa, el mar, con toda su belleza y fuerza.
La muchacha de la Casa Luna
XI
(Capítulo II)
Casi no había dormido. Había llegado tarde a la entrevista con el Presidente del gremio de Protésicos, que lo estaba esperando con el asesor jurídico de la entidad y con un humor de ¡mil pares de demonios! Después de la nochecita movida que había tenido, lo que menos deseaba Ricardo era discutir. Y el Presidente lo que menos deseaba era no presentar batalla y bajar la guardia. Por lo que el ¡Buenos días!, en realidad fue ¡Pero que coño se cree, no le llega con verter toda esa basura de su investigación encima de mi Asociación, sino que también se permite el lujo de llegar tarde! ¡Se lo advierto Debray, es la última que le aguanto!
Había quedado a las nueve. Y esa había sido la primera cita, tres cuartos de hora tarde. Rosetta se mantenía en un seguro segundo plano. Y de nada habían servido sus explicaciones para respaldar el retraso de Ricardo. Ella estaba a la hora acordada, totalmente fresca y despejada.
Ricardo todavía no se había despejado cuando entraron en la comisaría y el inspector Barroso, al verlos entrar, volvió a repetir:
- “¡Caso resuelto!” Ya se lo dije por la noche, el caso era de libro. Les voy a tomar declaración, pero será un simple trámite, porque el caso no tiene duda. Hemos investigado en fiestas cercanas y ¡Bingo! En la zona de copas, relativamente cerca del lugar donde la encontraron, se celebraba una fiesta de paso del ecuador de Medicina. Varios jóvenes la han identificado como su compañera. Había bebido demasiado y tomado un par de pastilla. Seguro que “Éxtasis” y algo más. Poco antes de las once dijo que no aguantaba más y que se iba a su casa. Les pareció bien y no le dieron más importancia. No era la primera vez, así que se fue sin que le prestaran mayor atención. Se marcharía andando para despejarse, pero debió de encontrarse mal en cierto momento. Las pastillas necesitan un tiempo para hacer efecto. Se paró a descansar, se apoyó en la farola y ahí se acabó todo. Estoy seguro de que el forense me dará la razón. En un principio creí que era más joven, pero en realidad tenía veintiún años y como ya he dicho, estudiaba medicina, tercer curso. Era una buena estudiante. Es curioso, muy curioso. En fin, eso es todo ¡Caso resuelto!
(F. Vila. “La muchacha de la Casa Luna”, novela. A Coruña, noviembre 2005)
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