El joven poeta
Arthur Hughes (1832-1915)
Si aquel día en que se me ocurrió escribir el primer poema, mi primer poema, se me hubiese ocurrido pensar qué significaban los versos, qué quería decir y expresar, qué pretendía transmitir en cada palabra. Cómo desearía que se entendiese el dolor y la alegría que encierra cada uno de esos versos; mis uno y mil sentires al escribirlos, al compartirlos, al disfrutarlos. Si aquel día hubiese podido ver el futuro y el por qué escribí aquel primer poema, aquellas breves palabras que me abrieron las puertas a un universo infinito, a un espacio donde el tiempo se mueve entre verso y verso, a un universo paralelo donde puedo vivir y vivo, en donde vivo lo que no vivo y muero cuando no muero; y sufro cuando sufro y me enamoro cuando aquí no puedo y te beso cuando no te tengo; y soy feliz e infeliz cuando quiero. Si aquel día me hubiese dado cuenta, tal vez no lo habría escrito o tal vez nunca, nunca, hubiese escrito de nuevo.
Querría pensar
que hoy escribí el mejor poema de mi vida
querría pensar
que hoy habría alcanzado el clímax de mi existencia
querría pensar
que hoy ha sido el mejor día, culminado
en la mejor noche de mi eterno desconcierto
querría pensar
que hoy, sin querer, he llegado al final
a rematar mi destino
querría pensar
que hoy tu ausencia llenaría tu recuerdo
como el eco que se pierde en la distancia
querría pensar
que hoy tu olvido sería el alivio de mi alma
y mi sentencia.
Querría pensar que el mejor poema, mi mejor poema
se deshace en el aire al amparo de la brisa
en la noche de los tiempos
que hoy mi mejor poema desintegra los versos en el viento
y el dolor que siento cuando escribo
verso a verso
se disipa en las olas de mi mar,
en las sombras de mis noches,
en las nubes de mi cielo,
en las hojas de mis bosques
y en mis manos mientras sueño
que uno y uno suman dos
y el dos no siempre se mantiene eterno mucho tiempo.
Francisco E. Vila