jueves, 30 de octubre de 2008

La muchacha de la Casa Luna VII




Susi Babío. "Africa"
A Coruña, 2007




A partir de la próxima semana cambiaremos, temporalmente, la escultura por la pintura. Espero que todo os esté gustando.



La muchacha de la Casa Luna

VII

Cuando llegó al lugar de los hechos, junto a la farola, se dio cuenta de la oscuridad que reinaba en la zona. Antes no lo había advertido porque estaba absorto en la muchacha, pero ahora se daba cuenta de que no veía nada. Al momento recordó que Jacinto, el ordenanza de la redacción, le había regalado una pequeña linterna. Un regalo de esos que vienen acompañando a ciertas revistas.

- Me la mandan todos los meses. Me suscribí hace dos años a una revista dedicada al senderismo y a las aventuras, y de vez en cuando regalan algo – le dijo Jacinto entusiasmado con sus aficiones -. Yo ya tengo otra linterna, pero más grande. Regalo de otro número. Y además se puede utilizar como lámpara para las noches en la tienda de campaña. Esta pequeña quizá le sirva a Vd. en alguna de sus investigaciones.

Y tanto que le iba a servir. Ese Jacinto era un poco simplón, pero buena persona. Y eso era lo que lo hacía caer bien a todo el mundo. En cuanto pudiese le agradecería el regalo, comprándole algo relacionado con el senderismo. No sabía qué, pero algo. Ya lo pensaría, se dijo Ricardo convencido.

Recordó que había guardado la linterna en el “attaché”, sin prestarle demasiada atención. Lo abrió y después de revolver algunos papeles lo encontró todavía con el plástico transparente del expositor cubriéndolo. Sin mucha confianza lo desempaquetó, le colocó la pila y la encendió. Sorprendentemente, al iluminarse pudo comprobar que aquella miniatura iba a ser efectiva. Muy efectiva. Enfocó el haz de luz hacia las instrucciones de plástico que habían recubierto la pequeña linterna y leyó: “Lámpara de xenón, el doble de efecto lumínico”. Vaya, por una vez la publicidad de un producto “casi” se queda corta. A continuación iluminó la acera, comprobando palmo a palmo los alrededores del lugar donde habían encontrado a la misteriosa muchacha.

Llevaba aproximadamente tres cuartos de hora inspeccionando la zona y lo único que encontraba, en abundancia, era basura y más basura en todas las esquinas. Además de abundante cantidad de detritus canino por aquí y por allá. Pero de algo que le ayudara a descubrir el misterio de lo ocurrido, nada de nada. De repente se dio cuenta de que desde que habían encontrado a la joven, e incluso ahora, nunca se había fijado en los edificios, ni en los locales que había alrededor. Ahora había reparado en que justo detrás de la farola ciega se situaba una antigua taberna con los cristales del amplio ventanal y de la puerta, totalmente sucios. Llenos de viejos carteles pegados y semiarrancados, reflejaban el abandono del local desde hacía mucho tiempo. Alzó la luz, y sobre la puerta, un viejo cartel de plástico con el alma de sucias lámparas de neón al aire, intentaba mantenerse sujeto. En aquel difícil equilibrio se podía descubrir, con letras borrosas, el nombre del local: “CASA LUNA”. Luna llena pensó Ricardo, al observar la oscuridad que reinaba a su alrededor.

(Francisco Vila. "La muchacha de la Casa Luna", novela. A Coruña, noviembre 2005)

jueves, 23 de octubre de 2008

La muchacha de la Casa Luna VI



Susi Babío. Busto de muchacha.
A Coruña, 2005




Todo el que quiera comentar algo del relato semanal, o de cualquier entrada, sólo tiene que pulsar al final en "comentarios" y ahí quedará reflejado su punto de vista. Hasta ahora nadie comenta nada, silencio. ¿Será que gusta? ¡O no!
¡Hasta la próxima semana!





La muchacha de la Casa Luna


VI

Habían llegado al portal del edificio de apartamentos donde Rosetta tenía su estudio. Era un pisito bastante coqueto y fácil de decorar, gracias a los cuarenta metros cuadrados “hábiles”, como diría un constructor. A pesar de ello para Rosetta era el Palacio de Versalles y lo trataba como tal. Al llegar a la puerta del edificio, en un alarde de amabilidad y compañerismo, Rosetta mirando a los ojos de su compañero, le dijo:

- Ricardo, me gustaría invitarte a subir. A estas horas, después de trabajar todo el día y ahora lo de esa chica, quizá te apeteciese tomar algo sólido, o por lo menos beber algo. Pero la verdad es que estoy agotada y lo único que deseo es dormir lo que queda de noche para estar despejada por la mañana ¿No te importa, verdad? Otro día tomamos algo y charlamos – lo dijo todo seguido sin posibilidad de réplica -. ¡Buenas noches Ricardo! Nos vemos a las nueve en la redacción.

Y cerró la puerta del portal tras de sí. Ricardo no dijo nada, no habría podido. Sólo asintió con la mano. En otras circunstancias se habría sentido despechado, como mínimo defraudado, pero ahora casi lo estaba deseando. Necesitaba volver a la calle donde habían encontrado a la muchacha. Junto a la farola. Tenía que investigar por su cuenta. Si la policía no lo hacía, él sí lo haría. Y allí, en aquel lugar tenía que haber algo que le descubriese pistas para resolver aquel caso “típico”, como había dicho el inspector. Pero quizás, no tan “típico” como él creía.

Apuró todo lo que pudo para deshacer lo andado, por si alguien pasaba por allí y veía o cogía algo que pudiese alterar la investigación, “su investigación”.

(Francisco Vila. "La muchacha de la Casa Luna", novela. A Coruña 2005)

viernes, 17 de octubre de 2008

La muchacha de la Casa Luna V




Susi Babío. Muchacha en postura de yoga.
A Coruña, 2007





A la orilla de un lago recordé qué día era hoy y me apresuré a continuar la novela. ¿Habré hecho bien?





La muchacha de la Casa Luna


V

Después de hacer la inspección rutinaria, el oficial encargado del caso, el inspector Barroso, un hombrecillo rechoncho, casi calvo, con cara de bonachón, ya entrado en años, y bastantes años, pues le quedaba “el estornudo de un murciélago” para jubilarse, según le contestaba a todos aquellos que al verlo en comisaría le decían: ¡¿Pero hombre, Barroso, todavía estás en activo?! El inspector se había acercado hasta donde esperaban Ricardo y Rosetta. Después de presentarse cordialmente, sentenció totalmente convencido:

- ¡Caso resuelto! La chica después de una juerga nocturna, que descubriremos enseguida dónde tuvo lugar, y tras consumir ¡Sabe Dios! cuántas porquerías, intentó volver a casa. Y antes de reventar, hizo un alto en el camino para descansar un poco apoyada en la columna. La vencieron el cansancio y los estupefacientes, y se quedó dormida para no volverse a despertar. No se observan signos de violencia y la postura lo dice todo. Lo dicho. “Típico” ¡Caso resuelto! – volvió a decir convencido -. Y ustedes dos, hagan el favor de pasar por comisaría para prestar declaración. No hace falta que se apuren mucho. Por la mañana, a cualquier hora, cuando puedan. Así que nada más ¡Buenas noches! y ¡Hasta mañana!

Y sin decir nada más, dio media vuelta se metió en su coche patrulla y desapareció por la primera transversal a la derecha en pos de la ambulancia que circulaba rápida, pero en silencio. Nadie se podría haber imaginado que en aquel cortejo casi silencioso, viajaba una preciosa joven rubia llena de vida poco antes y ahora inocentemente fría, dentro de una bolsa de plástico negra cerrada con una larga cremallera. Todo había sido muy rápido y muy limpio. Sólo habían tardado apenas dos horas, y eso porque les costó encontrar al juez de guardia para el levantamiento del cadáver. Sin embargo, Ricardo estaba convencido de que para lo que habían hecho, con media hora les hubiese sobrado tiempo. Porque en realidad desde su perspectiva de periodista de investigación, a lo que había hecho la policía en este caso no se le podía catalogar ni de chapuza. Simplemente no habían hecho nada. Llegaron, vieron a la muchacha, se fumaron un Whinston, el inspector apuntó en su “cuaderno importante de notas” los recados de la mañana siguiente: “… a las 13:00, recoger a los nietos en el cole”. “… a las 17:00, llevar a mi suegra al Ave, para que no se pierda”. Etc., etc. Esperar al juez y ¡Adiós! Lo dicho, media hora. Ricardo estaba indignado. Todo lo contrario le pasaba a Rosetta que después de todo lo ocurrido, inmediatamente continuó pensando y organizando la investigación del caso que tenían entre manos.

(Francisco Vila. “La muchacha de la Casa Luna”, novela. A Coruña 2005)

viernes, 10 de octubre de 2008

L muchacha de la Casa Luna IV




Susi Babío. "A lo lejos"
A Coruña 2006








La novela continúa, el que quiera dejar un comentario ya sabe, al final a la derecha. Y la próxima semana más.



La muchacha de la Casa Luna

IV

Al cogerle el brazo sintió un repentino escalofrío y supo de inmediato que ya nunca lograría despertarla. Estaba muerta. Encendió el mechero y pudo observar un hilillo de sangre ya coagulado que surgía de la comisura de su boca, por el lado en que se apoyaba a la farola. Era una muchacha muy joven, no tendría más de diecisiete años. Era muy bonita y seguro que en el colegio debía de haber tenido mucho éxito entre el gremio masculino. Daba la impresión de que dormía plácidamente. Ricardo le pidió a Rosetta que utilizara el móvil, para llamar a la policía.

(Francisco Vila. “La muchacha de la Casa Luna”, novela. A Coruña 2005)

jueves, 2 de octubre de 2008

La muchacha de la Casa Luna III


Susi Babío. Venus sin brazos






Continúo con la novela, espero que guste.




La muchacha de la Casa Luna

III


Enfrascados en sus profundas deliberaciones detectivescas, sin darse apenas cuenta, se dirigían sin rumbo fijo por una calle desconocida del barrio viejo de la ciudad. A aquellas horas, si de día había poca circulación, ahora daba la impresión de que en cualquier momento se iba a oír una voz advirtiendo: ¡¡Agua va!! Y volver al siglo dieciocho.

De repente Ricardo sintió que Rosetta le apretaba el brazo derecho para advertirle de algo. Con un gesto de cabeza le indicó que mirase hacia el otro lado de la calle. Y allí frente a ellos, sentada en el bordillo de la acera, apoyada contra una farola apagada, no por falta de corriente, sino por falta de cristal y bombilla, pudo observar en la penumbra, a una muchacha aparentemente joven y aparentemente dormida. Con cierta curiosidad, que para eso eran periodistas, y con ánimo de ayudarla si lo necesitaba, fueron hacia ella. Así como se acercaban y a pesar de la poca luz, algo les llamó la atención. La postura en la que se encontraba aquella joven, lejos de parecer incómoda para el lugar en el que se hallaba, por su gesto tranquilo y sereno aparentaba estar sumida en un dulce y placentero sueño. Era rubia, de pelo corto, no muy delgada, tenía las piernas dobladas y se abrazaba a ellas. En una postura fetal, que diría un médico forense. Estaba apoyada sobre el lado izquierdo, con la cabeza recostada en una de las ondulaciones de la farola. Vestía un suéter corto, que al estar en aquella postura, dejaba al descubierto gran parte de su cintura y su espalda, al igual que sus piernas tapadas sólo por una escueta minifalda. Estaba descalza, y no se veían zapatos por ninguna parte. Tampoco se veía ningún bolso. Al llegar junto a ella Ricardo se agachó para tocarle el brazo y despertarla, para ver si necesitaba ayuda…


(Francisco Vila. “La muchacha de la Casa Luna”, novela. A Coruña 2005)