lunes, 29 de diciembre de 2008

La muchacha de la Casa Luna XVI. Óleo de Fina Cajiao



Fina Cajiao, óleo.









Los bosque, los senderos y veredas. Los ríos bordeados de frondosas arboledas. Todos estos lugares siempre han tenido un atractivo mágico para los pintores y para los poetas. Fina no se ha podido abstraer de esa magia y aquí lo plasma con todo su arte y saber hacer.






La muchacha de la Casa Luna

XVI

Habían vuelto a la comisaría, iban con toda la intención de contarle todo al inspector Barroso. Y sobre todo poner una denuncia. Pero ¿a quién iban a denunciar? ¿Con quién habían hablado? Le darían el número al inspector y el descubriría quién era el propietario del móvil. Sí, eso harían.

Entraron en el despacho de Barroso, quien los recibió un poco sorprendido y un tanto animado.

- ¡Vaya! Pues sí que han sido rápidos para volver ¿Qué les trae por aquí? Si casi no nos hemos despedido. No me digan que necesitan más información.

- Bueno, no es precisamente información lo que necesitamos – contestó Ricardo, un poco azorado-. Queríamos informarle de…

- Espere, espere un momento – lo interrumpió el inspector-.Tengo más noticias e información para Vds. Quizá les sirva para algo. Han comenzado la autopsia de la muchacha, pero en el reconocimiento inicial han descubierto un par de cosas curiosas. A nosotros no nos dice nada, pero quizá a Vds. les valga. El forense ha descubierto una importante infección en la boca de la chica, y sobre todo marcas que revelan la utilización de una prótesis correctora. Que, por cierto, no llevaba colocada. Bueno, la verdad es que, según el forense, tampoco podría llevarla pues los dolores de la infección se lo impedirían. ¿Esto les dice algo? Por cierto ¿acerca de qué querían informarme?

A Ricardo se le acababan de encender todas las luces de alarma. Una infección en la boca, una prótesis… Algo empezaba a encajar. Y él empezaba a desencajarse. ¡Prótesis, prótesis, prótesis! La cabeza le iba a estallar. ¿Era imposible o era verdad? ¿Existen las casualidades? ¿El azar es real? Si salía de esta tendría que comprar lotería. Estaba convencido de que podría hacerse rico. Y además de todo aquello ¿qué era lo que ocurría con la policía? Siempre tan herméticos y ahora casi los llamaban a casa para mantenerlos informados de todo lo que estaba ocurriendo. ¿Y el grado de confidencialidad que debían observar?

- No, nada. Simplemente advertirle de que alguien ha estado removiendo las huellas en el lugar donde encontramos a la muchacha – informó Ricardo-.

- Laura Esquivias – dijo el inspector-.

- ¿Cómo dice? – preguntó Ricardo-.

- Es el nombre de la muchacha. Era estudiante de segundo de Arquitectura. Vivía con dos compañeras más en un piso de la zona residencial universitaria. Por lo visto llevaba varios días sin salir del piso. Estaba preparando los exámenes del próximo trimestre y necesitaba relajarse un poco y respirar aire fresco. Había quedado con otras compañeras para ir a bailar a una discoteca. Nunca llegó a la cita. Parece que antes de llegar debió de encontrarse mal y se sentó a descansar.

- Sí, seguramente – contestó Ricardo -.

- ¡¿Alguien removiendo las huellas?! – advirtió pensativo Barroso -. ¿De qué huellas me habla?

(F. Vila. “La muchacha de la Casa Luna”, novela. A Coruña, noviembre 2005)

martes, 23 de diciembre de 2008

La muchacha de la Casa Luna XV. Óleo de Fina Cajiao


Fina Cajiao, óleo.



¡Somos el puente al infinito, que se arquea sobre el mar, se arriesga por placer, vive misterios por la alegría de hacerlo... se pone a prueba una y otra vez, aprende a amar y amar y AMAR! Esto dice Richard Bach en su "autobiografico" Puente al infinito. Y estoy de acuerdo, sobre todo en aprender a Amar en todos los sentidos. Como Fina ama su pintura y así nos lo demuestra.







La muchacha de la Casa Luna

XV

Tenía el tamaño de una tarjeta de visita, pero no lo era. Había algo escrito en él:

Llamar sin falta a las 10:30 697079817 22/02/03

El papel tenía que pertenecer a quien había estado arrastrando un cuerpo en aquel lugar. Entre otras razones, porque estaba demasiado limpio. Y sobre todo porque la fecha que figuraba en él era la de aquel mismo día. Y faltaban quince minutos para las 10:30. Tenía que hacer algo y rápido. Inmediatamente.

- Rosetta, déjame tu móvil.

- ¿Qué ocurre ahora? ¿Qué vas ha hacer? – contestó ella-.

- Después te lo explico. Ahora necesito el teléfono y salir de aquí ¿Por cierto como se hace para ocultar el número del que llama?

Rosetta le cogió el teléfono, se lo preparó y se lo entregó de nuevo.

Ricardo esperó a que faltasen sólo tres minutos para la hora y marcó el número que venía en el papel. Sintió que todos los músculos de su cuerpo se tensaban cuando oyó la primera señal de llamada. Y la tensión aumentó al oír la segunda.

- ¿Andreu? ¿Eres tú? – preguntó una voz de mujer -. ¿Va todo bien?

- Todo limpio y recogido – contestó Ricardo -.

Había puesto la mano delante del teléfono para desfigurar la voz todo lo posible. Tenía que arriesgarse, seguirle la corriente. Estaba convencido de que aquella voz estaba preguntando si no quedaban rastros del asesinato de la muchacha. Sí, asesinato. Ricardo estaba cada vez más convencido de que aquello había sido un asesinato con todas las letras.

- Andreu ¿qué te ocurre en la voz? Te oigo muy mal.

Ricardo se dio cuenta de que tenía que justificar el cambio de voz del supuesto Andreu, si no, todo estaba perdido.

- Alguien está husmeando por aquí cerca y no quiero que me oigan – contestó sin apartar las manos del micro -.

- De acuerdo. Terminaré pronto. Ahora sólo tienes que encargarte del otro problema. Esos dos están resultando demasiado incómodos. Quiero verlos fuera de circulación cuanto antes. Y sobre todo ella. Parece tonta, pero es la más lista de los dos. Debray no es nada sin ella.

Ricardo sintió una punzada en el estomago y gotas de sudor frió comenzaron a bajar por su cuello ¿Qué estaba pasando? ¿Quiénes eran aquellas personas y por qué querían eliminarlos si no tenían nada que ver con aquella muchacha?

- ¿Me has entendido bien? Llámame en cuanta esté el trabajo liquidado ¿De acuerdo? – concluyó la voz de mujer-.

- ¡De acuerdo! – contestó Ricardo -.


Y entonces oyó que el móvil quedaba en silencio. Habían colgado. De repente comenzó a sentir que un temblor “in crescendo” se iba apoderando de su cuerpo. La tensión que había soportado durante la llamada, se iba transformando en algo totalmente distinto.

- Ricardo ¿qué te han dicho? ¿Con quién has hablado?

- Rosetta, esto no ha sido un suicidio, ni una muerte por sobredosis. Ha sido un asesinato – contestó él, cada vez más nervioso-. Y no me preguntes por qué, no lo sé. Lo que sí sé, es que alguien quiere matarnos. Pero tampoco sé por qué.

Rosetta lo miró con los ojos desorbitados y también empezó a ponerse nerviosa. Fue curioso, ella también empezó a temblar.

- ¿Quién… quién nos quiere matar? Y ¿Por qué? – balbuceó-.

(F. Vila. “La muchacha de la Casa Luna”, novela. A Coruña, noviembre 2005)

domingo, 21 de diciembre de 2008

Nadal 2008



El invernal manto se extiende

hacia todas partes

hoy ha caído en los arrabales

y los ha vestido de gala

con manto de satén blanco

y guirnaldas

con brillo de nácar.


Francisco Vila, del poema “Hibernnia”


¡¡¡Feliz Nadal e Venturoso 2009!!!


A todos los que me siguen y a los que me seguirán después. A todos los que contemplando un lago se sienten compensados y a todos los que mirando al mar sienten lo mismo.





martes, 16 de diciembre de 2008

La muchacha de la Casa Luna XIV. Fina Cajiao, pintora

Fina Cajiao. Óleo

En el mes de Abril de este año en casa me animaron a asistir a la inauguración de una exposición de pintura. La verdad es que no conocía a la pintora, ni tenía referencias de ella, sólo sabía que era la hermana de una compañera de la madre de mis hijos. Y allá nos fuimos, hasta Casa Charry, en Oleiros (A Coruña). Cuando conocí a Fina Cajiao y pude contemplar sus cuadros decidí que algunos de ellos, los que ella quisiera prestarme , iban y debían estar en este blog junto a las obras del resto de mis amigos. Y así, a pesar del retraso por una serie de razones técnico-informáticas, aquí está y estará acompañando a esta novela las próximas semanas, la obra de otra artista que demuestra que lo es en cada pincelada de sus lienzos.



La muchacha de la Casa Luna

XIV

Ricardo estaba desquiciado. Que a él le pasaran estas cosas después de tantos años de investigaciones. No lo aceptaba. Rosetta no daba crédito. Finalmente se había decidido a seguirlo hasta el callejón, y ahora seguía sorprendida de verlo en aquel estado de excitación. Nunca antes lo había visto tan desquiciado. Y lo peor de todo era que no sabía como ayudarlo y tranquilizarlo.

Debray entró en el local intentando, a pesar de su excitación, no pisar los trozos de madera reventados de la puerta, ni los trozos de la cerradura tirados por el suelo. El ambiente en el interior era frío. El abandono y el polvo lo cubrían todo. Una pequeña cocina, un despacho almacén y el bar. Cuatro mesas al fondo, sin sillas, la barra a la derecha. Tres mesas más frente a la barra, pegadas a la pared, con sus correspondientes asientos dobles corridos, estilo americano, y una única mesa junto al ventanal que daba a la calle. Cuánta gente, y coches y vida. Cuánta actividad y algarabía en ocasiones, los días de partido. Cuánto de todo ello se había contemplado desde aquella mesa y a través de aquel ventanal en otros tiempos, cuando el barrio estaba en plena ebullición. Cuando lo habitaban tantos vecinos deseosos de disfrutar de su vida, de su futuro. Aquel barrio que en otros tiempos había llegado a ser de los de más actividad de la ciudad.

Ricardo se agachó en el lugar en donde había visto la zapatilla la noche anterior. Ya no estaba. Había desaparecido al igual que la cinta. ¿Qué relación había entre ambas cosas? En el suelo había polvo. Había polvo por todas partes, pero por ese detalle, Ricardo descubrió unas huellas en el suelo gracias a la luz que entraba por el ventanal. Por la noche no las había visto porque la luz de la linterna no las podía distinguir desde fuera, y los que estuviesen dentro no se darían cuenta de las marcas que estaban dejando ya que la luz de la calle no llegaba a iluminar el interior del local. Y la farola que tendría que iluminarlo estaba rota.

Había huellas de zapatos deportivos. Como mínimo un par de pares distintos. Tal vez un par de ellas fuesen de la muchacha, y las otras… ¿de quién serían las otras? Ricardo debía y quería seguir investigando.

- ¿Qué te parece si utilizas mi teléfono móvil para hacer algunas fotos, antes de que termines alterando todas las huellas? – dijo Rosetta que en ese momento acababa de entrar en el local -. Ric, dime que está pasando ¿Qué es lo que pretendes? Quieres explicarme a que viene toda esta excitación, por algo de lo que hasta ayer no teníamos ni idea. Y que además ya está investigando la policía.

A Rosetta le preocupaba cada vez más, aquel repentino y desaforado interés por un caso que a ellos ni les iba ni les venia. Ya tenían sus propias preocupaciones con el caso de los protésicos, que por cierto ellos sí que se estaban poniendo demasiado nerviosos. Podían denunciarlos, denunciar al periódico, pedir indemnizaciones y ordenes de alejamiento. Podían ir a la cárcel por meter las narices donde no debían haberlo hecho sin cubrirse las espaldas a tiempo. Y no lo habían hecho todavía.

A Ricardo se le habían encendido los ojos y había recuperado las esperanzas. El teléfono de Rosetta para hacer las fotos. Ella ya se lo había comentado en varias ocasiones: <<…Ricardo, deberías cambiar el móvil por uno de tercera generación. Parece mentira que seas periodista…>>.

- Rosetta, anoche después de dejarte y venir aquí, cuando miré a través del ventanal, aquí mismo había una zapatilla deportiva. Nueva, de mujer. Y hoy ya no está. Hay huellas de haber arrastrado a alguien aquí dentro. Esta noche había una serie de cosas que hoy han desaparecido. Y es muy curioso que entre tanto abandono y desorden, alguien se preocupe de hacer desaparecer pruebas de no se qué. Aquí pasa algo y estoy decidido a descubrir de qué se trata – contestó Ricardo, ya algo más calmado -. Además puede ser un buen artículo y seguro que más interesante que lo que ahora estamos haciendo ¿No crees? ¿Estás dispuesta a ayudarme? Te necesito.

- Debray, estamos demasiado comprometidos con el gremio de protésicos. Ya has visto la actitud del presidente. Lo teníamos contra las cuerdas y ahora viene en plan gallito. Si cedemos sólo un poco podemos tirar toda la investigación por la borda. Y hemos trabajado demasiado para perderlo todo por otra investigación que ni tú mismo sabes de qué va. Por muy interesante que te parezca el caso. Además la policía ya ha tomado cartas en el asunto y aunque a ti te parezca que no hacen nada, seguro que no nos han dicho toda la verdad sobre la investigación que están realizando. Tú sabes muy bien que nunca dicen toda la verdad. Y ya oíste al inspector, él lo tenía todo muy claro.

Ricardo apenas la oía.

- Sí, claro. Tienes razón – le contestó sin prestarle atención-.

Acababa de ver la esquina blanca de un papel, que sobresalía por debajo de la pata central de la mesa que quedaba justo al lado de las huellas que tanto le intrigaban. Se agachó y tiró del papel.

(F. Vila F. “La muchacha de la Casa Luna”, novela. A Coruña, noviembre 2005)

A José Rubio Gascón, escultor


Pepe Gascón en su taller con una de sus obras





Hace muchos, muchos años existía un lugar llamado Ferrol. Y en el vivía un artista, un dulce artista que modelaba y moldeaba el dulce. En particular el chocolate, dándole mil y una formas diferentes para hacerlo más apetecible, más apetitoso, más fantástico. Yo lo conocía por Pepe Gascón, el pastelero. Pero pasaron los años, me fui de Ferrol y fui creciendo y aquel artista también creció. Creció como pastelero y sobre todo como artista, como artista escultor. Así que después de muchos años de aquellos dulces recuerdos de Gascón, ahora al volver a Ferrol descubro al Pepe Gascón escultor, al escultor de siempre y desde siempre, artista consolidado, artista reconocido, artista respetado. Y ahora que yo intento ser el que quise ser siempre, escritor y poeta, aquel maestro pastelero que nos hizo soñar sueños dulces, para mi y para el arte se ha convertido en El Escultor de Sueños.

Laureano Quesada en la Rectoral de Cines




Laureano Quesada. "El huerto de la abuela Guillermina", óleo.






El sábado día 20 de Diciembre , o lo que es lo mismo, dentro de cuatro días le hacen un homenaje a Laureano en la Rectoral de Cines, un lugar maravilloso para la inspiración de un artista. Pertenece al ayuntamiento de Oza de los Ríos. Allí va a llevar para exponer parte de sus últimas obras. Entre ellas las que se podrán disfrutar y adquirir en su próxima exposición, conjuntamente con las esculturas de Susi Babío, en la Sala Xerión de A Coruña, como ya he comentado hace poco. Hoy, ahora, quiero mostrar una de los lienzos que más me ha cautivado de la obra de este fantástico artista, porque estoy contemplando el lienzo a través de un cristal de "sueños y ensueños". Y además, al mismo tiempo, estoy escuchando a Enya en su tema Lothlorien del álbum The Celts 2. Así que para que contaros cómo estoy disfrutando. Poco más se puede pedir.

jueves, 11 de diciembre de 2008

A Laureano Quesada, pintor







Laureano Quesada. "Dama de la lluvia", óleo.







Yo creo que decir pintor para describir a un artista, ya es mucho. Decir que Laureano Quesada es sobre todo "profundamente pintor", ya es definir hasta que punto, creo yo, que es y se siente Laureano en su arte. Un pintor desde siempre y desde mucho antes de saber que iba a ser pintor. Un pintor que como una vez le dije, no pinta sobre lienzo, pinta sobre cristal opaco. Sus figuras, su visión de la realidad está envuelta en una bruma de misterio que vela las miradas de esas niñas-mujer guardadas en sus cuadros como joyas en un joyero de ensueños. Laureano se incorpora a mis blog, como el resto de mis amigos artistas, para quedarse, hasta que él desee. Y para empezar me comunica que a principios del próximo año, creo que sobre Marzo, expondrá su obra conjuntamente con Susi Babío, en la Galería "Xerión " de A Coruña, en el edificio del Hotel Riazor, junto a la playa del mismo nombre. No les deseo suerte porque creo que no la necesitan. La suerte es tener la obra de ambos en casa para poder disfrutarla cuando a uno le apetezca, a solas y con una música new age suave. Y para eso primero habrá que empezar visitando la galería de arte.

La muchacha de la Casa Luna XIII Susi Babío, escultora.


Susi Babío. "Sueño del Sur".

Galería Xerión, A Coruña.



Vuelvo a utilizar esta figura de Susi, y la vuelvo a utilizar porque me encanta y, para mí, expresa toda la fuerza de una escultora y el romanticismo de una poetisa.





La muchacha de la Casa Luna

XIII

Al llegar al bar “Casa Luna” Ricardo notó algo extraño. A pesar del caos y abandono que existía en aquel lugar, “algo” estaba aún más revuelto. Al apearse del coche, inmediatamente se dio cuenta de que las rejillas de las alcantarillas cercanas al bar estaban desplazadas y tiradas a un lado. Alrededor de las alcantarillas se amontonaba toda la suciedad que había sido retirada de su interior, como campos abonados de estiércol. Daba la impresión de que quien había estado buscando ¡Dios sabe qué! Lo había hecho con prisa y sin importarle que alguien descubriese la maniobra. Y él, la noche anterior, no había sido. Él lo había dejado, curiosamente, todo recogido. Era algo que había aprendido trabajando al lado de Rosetta. También se fijó en la farola, ya no había ni cinta, ni pantalla, ni agujeros, naturalmente. Estaban en el suelo hechos añicos. Pero la cinta no estaba. A Ricardo el enfado le aumentaba por momentos. Se acercó a la cristalera del bar.
-
¡Cabrones! Sean quienes sean – exclamó dejando que su enfado se desbordara -. Tenía que haberlo previsto. Debería haber traído mi cámara. No debí de haberme marchado tan pronto.
Mientras gritaba sin cortarse un pelo, miraba fijamente a Rosetta a los ojos, con una furia desconocida para ella que la hizo estremecerse.

-
Y yo me llamo periodista de investigación ¡Ni un niño puede ser tan ingenuo! Pensar que todo iba a seguir igual que anoche ¡Parezco más policía que periodista! Seguro que pido una plaza de policía y me hacen comisario ¡Seré imbécil! Hasta la zapatilla deportiva ha desaparecido.
- Pero… ¿Qué te ocurre? ¿De qué hablas? – le gritó Rosetta -. No entiendo nada ¿Qué pasa?
Ricardo, sin contestarle, salió disparado hacia el callejón por donde había aparecido el gato la noche anterior. Al dar la vuelta se encontró en la parte de atrás del bar. Delante de la puerta trasera del mismo. Y estaba abierta. Mejor dicho, reventada. La cerradura hecha añicos. Y se acordó de la lata de cerveza rodando, no había sido el gato. Y ¿de quién huía el gato? Seguro que mientras él investigaba por el frente, “alguien limpiaba” por la parte de atrás y por el interior del local.

(Francisco Vila. “La muchacha de la Casa Luna”, novela. A Coruña, noviembre 2005)

jueves, 4 de diciembre de 2008











Rosa Martinez, poetisa; José Rubio Gascón, escultor; Corín Diego Cervera, pintora; Carlos Barcón, pintor; Manoli Castro, pintora; y el que esto escribe, en la última exposición del grupo Arco Iris en la Residencia para mayores de Caranza, en Ferrol (a. P.) Quiero decir antes de París, que es donde van a exponer próximamente. Ya informaré de ello y de ellos. En esta ocasión he tenido la suerte de ser invitado por el grupo para leer uno de mis poemas en compañía de una gran poetisa como es Rosa Martinez Dios. Como digo a partir de ahora iré informando de ellos, de sus obras y de la de otros grandes artistas y amigos que me siento honrado de poder contar con ellos en esta pequeña ventana del arte.



La muchacha de la Casa Luna

XII

(capitulo III)


Fue sorprendente. Las declaraciones se llevaron a cabo con la mayor rapidez posible, con un mínimo de interrupciones, más que nada para corregir algunas palabras excesivamente técnicas que el escribiente de turno no conseguía entender. Por lo demás ¡Ya está listo! ¡Pueden marcharse! Y ¡Muchas gracias por las molestias! Lo dicho, todo muy rápido, muy limpio, muy educado. La única alteración en todo el proceso fue cuando Ricardo, antes de despedirse del inspector Barroso y en su papel de periodista, se atrevió a pedirle una copia del informe policial. Creyó que el inspector le iba a poner un montón de pegas, que si era secreto del sumario, que si era un informe oficial y no podía entregarse a la prensa, etc., etc. Pero al contrario, lo único que hizo fue entregarle una copia, incluso con fotografías del lugar de los hechos y de la victima. Y finalmente, para rematar el absurdo, se ofreció para responder a cualquier pregunta o duda que tuviesen, y en cualquier momento. Después se disculpó con un montón de trabajo que tenía pendiente de atender y se despidió. Ricardo y Roseta no daban crédito. Siempre habían pensado que por muy obvias que fuesen las pruebas iniciales en un caso de muerte, las investigaciones, la tramitación simplemente, la obtención de pruebas, las entrevistas, las conclusiones. Todo ello llevaría, como mínimo, varios días. Los inspectores, los forenses, los laboratorios, incluso las comidas, los bocadillos, las cervezas y los cigarrillos que se consumirían durante todo el proceso representarían más tiempo añadido, bastante más tiempo. Pero nunca llegaron a imaginarse que todo eso se resumiría, para el ojo profesional del cuerpo de inspectores de la policía, en tan sólo y exactamente, siete horas, treinta minutos y quince segundos. Ni más, ni menos. Increíble. Absurdamente increíble, pensaba Ricardo.

-Ayer cuando te dejé en casa, volví al lugar donde encontramos a la chica – dijo Ricardo mirando a Roseta-. No estaba tranquilo. Algo me chocaba en todo aquello. Y descubrí un par de cosas interesantes. Quiero que las veas.
Y a continuación subieron a su Smart semi-deportivo, de color azul marino combinado con un beige, característico de la marca. Roseta la primera vez que lo vio, tomó a Ricardo por un fan de aquella serie de los ochenta, Miami Vice. Sólo que su compañero no tenía los mismos “posibles” que aquel rubio norteamericano, policía antivicio, llamado “Sonny”.

(Francisco Vila. "La muchacha de la Casa Luna", novela. A Coruña, noviembre 2005)