sábado, 30 de marzo de 2013

Digo yo...





 Perro semihundido (detalle) 
(1821-1823)
Francisco de Goya y Lucientes




Digo yo…


Y aquí estamos amigos,
digo yo,
paladeando el buen trago
de la amistad más sincera
la que no miente
la que no engaña
la que nunca, nunca importa
porque no renta.
Hace unos días escuché en la radio,
de una emisora de esas,
para más señas,
de las que dan noticias como quién apuñala,
que no matan, pero maltrechan.
Pues bien, o quizá mal, dieron una noticia
acerca de un perro que apareció muerto
sin patas, sin orejas
y los testículos entre sus dientes
como si le hicieran el favor
de ofrecerle algún sustento.
Recordé entonces a aquel amigo
que por las noches me vela,
aquel amigo que cuando estoy solo
no se aparta de mis piernas,
aquel amigo que sin pedirme nada en trueque
sufre en silencio, con la cabeza gacha,
mis delirios, mis enfados
y mis miedos.
Aquel amigo que cuando me he muerto
no se fue de mi lado,
ni a comer, ni a beber,
no me abandonó, ni aún de muerto.
Aquel amigo que de alegría saltaba al verme
y agradecía una caricia
aunque fuese una sola
y no veinte.
Aquel amigo que daba todo
para estar conmigo, a mi lado
siempre, junto a mí siempre.
Y ahora recuerdo que cuando despierte
estará a mi lado, junto a mí
para recordarme que la amistad,
la amistad más sincera
es la que nunca, nunca importa
porque no renta,
pero es el único valor que nos hace
más ricos, más grandes
y que apoya en la soledad,
incluso hasta la muerte.

Francisco E. Vila